La parada de Ascó: un aviso sobre el futuro energético de España

La parada de Ascó: un aviso sobre el futuro energético de España

La reciente parada de la central nuclear de Ascó ha destapado las frágiles costuras de un sistema eléctrico que se encuentra al límite de su capacidad, lanzando una señal de alarma sobre el futuro energético del país. Con la demanda eléctrica en zona de máximos en plena ola de frío, el gestor de Red Eléctrica de España (REE) se ha visto obligado a realizar interrupciones de suministro a grandes industrias por tercera vez en el año.

La central tarraconense de Ascó aporta 2.000 MW de potencia eléctrica que, hoy en día, resultan indispensables para el suministro del país. La parada coincidió además con un escaso aporte de energía eólica que obligó a acudir a los ciclos combinados de gas para cubrir más del 40% de la generación obligando además a activar tecnologías de respaldo altamente contaminantes como el diésel o el carbón.

Lo ocurrido en la segunda semana de diciembre es una nueva muestra de la falta de previsión de los legisladores sobre un sistema energético que, nos guste más o menos, sigue apoyado en gran medida en el pilar de la nuclear.

Sin ajustes profundos en las redes, la conexión de las renovables y los sistemas de almacenamiento, el calendario de cierre nuclear en el que está empeñado el gobierno podría empujar a España a una crisis energética en el horizonte de 2028 cuando está previsto el cierre de las dos primeras plantas nucleares.

Si no se modifican los planes del Ejecutivo, para entonces se habrán apagado reactores clave como los de Almaraz I y II, que suman más de 2.000 MW, un déficit que, como hemos visto en estos días, será difícil de cubrir con el actual ritmo de implantación renovable y almacenamiento energético.

Pese al auge de las renovables, la incapacidad de almacenar energía en momentos de abundancia de sol o viento de los que tan generosamente disfrutamos en la península, hace difícil pensar en cómo se suplirá el déficit que ahora cubren sin contaminar las centrales nucleares.

El Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) preveía 12.000 MW de nueva capacidad de almacenamiento hidráulico para 2030, pero hasta hoy no se ha construido ni un solo megavatio. Esto deja al sistema expuesto a la intermitencia de las renovables, especialmente en invierno, cuando la combinación de menos viento, menos sol y más demanda pone contra las cuerdas a las redes eléctricas.

Aunque España espera un aumento del 45% en la electrificación para 2030, la generación firme -como la nuclear o los ciclos combinados- sigue siendo insuficiente para absorber una demanda que no para de crecer y que es fundamental para la competitividad del país. Sin un cambio de rumbo, el resultado de los desequilibrios es tristemente predecible: cortes de suministro, facturas eléctricas por las nubes, más emisiones de CO2 y una industria asfixiada por la falta de competitividad.

Y, una vez más, el ejemplo de estos días es suficientemente ilustrativo. La falta de energía nuclear y la baja producción renovable han obligado a activar 16.000 MW de ciclos combinados, disparando tanto el precio de la energía como las emisiones. La industria, que ya opera en un entorno hostil, ha vuelto a ser la primera damnificada: paros de producción, costes energéticos desorbitados y una pérdida creciente de competitividad.

España, que aspira a reindustrializarse y liderar la transición energética, se enfrenta a un dilema inquietante. Por un lado, los cortes de suministro castigan a la industria, mientras que el impuesto medioambiental del 7% que tienen que pagar quienes producen y suministran energía (IVPEE) penaliza a las empresas nacionales frente a sus competidores europeos, que no tienen que asumir esta carga. Por otro lado, el consumidor eléctrico paga el precio de unas políticas que no garantizan ni seguridad, ni sostenibilidad, ni estabilidad.

Eliminar este impuesto y replantear el cierre nuclear hasta contar con alternativas sólidas son pasos imprescindibles para evitar lo que ya algunos describen como una “tormenta perfecta” energética. España no puede permitirse un sistema que, en lugar de ser la base de la competitividad industrial, se convierta en su lastre.

Porque la parada de una central nuclear y la consiguiente desconexión eléctrica a la gran industria es más que un contratiempo temporal: es un recordatorio de que el futuro energético de España necesita decisiones valientes y urgentes. Sin ellas, el país no solo arriesga su capacidad industrial, sino también su sueño de liderar un modelo energético limpio, seguro y competitivo.

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